Emergiendo del Océano Pacífico, el muro fronterizo entre los Estados Unidos y México atraviesa el bordemar en Playas de Tijuana. Sube la colina para dividir una pequeña parcela de arena y concreto conocida por dos nombres: El Parque de la Amistad de Tijuana, México, y Friendship Park en San Diego, California.
Contra el costado sur del muro se encuentra un obelisco del siglo XIX que lo marca como el confín más al noroeste de México. Una placa recuerda a los visitantes que este límite del territorio de México resultó del Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, que puso fin a la guerra con Estados Unidos y cedió la mitad del territorio mexicano a las ambiciones del “destino manifiesto” de su vecino al norte. A pesar de las espinas de la historia, la cerca en el lado mexicano del muro fronterizo está cubierta de murales brillantes que proclaman la amistad y la esperanza de unión por encima de las fronteras.
Para muchos visitantes en el lado americano, la “amistad” es la última cosa que el sitio trae a la mente. Las cercas paralelas de veinte pies encierran el espacio. Los visitantes pasan las barras de la puerta de la primera pared bajo el ojo vigilante de la Patrulla Fronteriza. La segunda pared resulta más opaca; una gruesa malla de metal grueso hace difícil ver quién está parado al otro lado.
Los visitantes mayores quizás recuerden una visión diferente. La Primera Dama Pat Nixon inauguró el parque en 1971, cuando amigos y familiares separados podían darle la mano o ofrecer una caricia conmovedora a un nieto o padre a través de la valla. Ahora, en un pequeño acto de humanidad que supera la división, muchos visitantes se burlan de modo algo agridulce del “tradicional apretón de manos de la frontera” -saludándose uno al otro tocando las puntas de sus meñiques a través de la malla.
Pero una vez al año, la gente se reúne aquí para una ocasión feliz: el Fandango Fronterizo. Durante los últimos diez años, los juerguistas han venido a hacer música, bailar, reunirse con amigos y celebrar, así como expresar sus sentimientos acerca de la política de inmigración de los Estados Unidos. Son reunidos por dos movimientos de ambos lados de la frontera: uno musical y cultural, el otro social y político.
La tradición mexicana del fandango estea enraizado con la música son jarocho, y en la danza, poesía y rituales sociales de la llanura costera sureña de Veracruz. En los Estados Unidos, muchos fandangueros han aplicado su música para construir comunidad y protestar contra la política de inmigración estadounidense.
En la reunión de 2017 del 27 de mayo, el organizador del Fandango Fronterizo, Adrian Florido, explicó que el evento no pretende ser político en sí, sino crear una plataforma cultural para reunir a la gente. Algunos proclamaron su presencia como un acto de resistencia política, superando la fealdad del muro divisor de gente mediante actos de música alegre y confraternidad. Carolina Martínez expresó la intención como sanadora: “celebrar un lugar que causa mucho dolor a la comunidad inmigrante y transformarla en fiesta”. Para Cameron Quevedo, fue una oportunidad para el auto-descubrimiento: “La música es un maravilloso portal, una puerta a la cultura, a compartir espacios, una forma de volver a conectarme a mis raíces y conocer a otras personas.”
En el lado de los Estados Unidos, las actividades eran más controladas y simbólicas. La música comenzó puntualmente a las 11 de la mañana y terminó precisamente tres horas más tarde, según las reglas de los Estados Unidos. Las tarimas se colocaban lado a lado a ambos lados de la valla, y la gente bailaba a menudo sin saber quiénes eran sus compañeros. Músicos de ambos lados tocaban un repertorio compartido de de sones jarochos tradicionales. La gente charlaba por la periferia.
Un número de artistas notables estaban entre los doscientos asistentes en mayo. La cantante de hip-hop Maya Jupiter, su compañero y colega Aloe Blacc, y su bebé, disfrutaron de la música y la conversación. Apoyan el evento a través de su organización Artivist Entertainment, “representando a artistas que inspiran un cambio social positivo a través de la música y el arte”. La cantante chilena Ana Tijoux explicó cómo el Fandango Fronterizo llega en un momento importante de la historia cuando la gente debe pensar en términos internacionales. La artista palestina del hip-hop Shadia Mansour vino a aprender del evento y a expresar su solidaridad con la gente oprimida. A las 2 de la tarde, el evento terminó abruptamente, y la gente empezó su caminata de regreso por las arenas al distante estacionamiento.
Por la tarde muchos más emprendieron rumbo a la parte mexicana para una conversación al aire libre sobre los temas atingentes y con los artistas presentes, seguidos por actuaciones especiales y una fiesta. Para el décimo aniversario, los organizadores recaudaron fondos para traer ciertas figuras claves del movimiento fandanguero, miembros de la familia Vega del rancho Boca de San Miguel en la zona rural de Veracruz. El patriarca Andrés Vega y su hijo Octavio provienen de una región conocida como la cuna de la tradición del fandango y han sido personajes claves en el renacimiento de son jarocho desde principios de los 80.
Se sirvió comida. Se vendieron camisetas. Ana Tijoux y Shadia Mansour ofrecieron actuaciones gratuitas de homenaje. Luego la familia Vega y una multitud de personas con instrumentos en mano se reunieron mientras el sol se puso sobre el Pacífico. El fandango “real” comenzó, con decenas de músicos y bailarines que se unieron al ritual de la danza social. La magia del fandango volvió a hacer lo que ha hecho durante siglos: reunir a la gente para tejer un mayor sentido de unidad. Los sonidos de las guitarras, de las voces y pies zapateando se sientieron hasta avanzada la noche. Sólo entonces los agotados asistentes regresaron a casa, con recuerdos del acontecimiento y su significado resonando en sus corazones y mentes.
De vuelta en su rancho, Octavio Vega reflexionó sobre la esperanza inspirada por el Fandango Fronterizo. “Cuando las personas razonables se reúnen alrededor de un propósito compartido, obviamente llegaremos a un entendimiento, ¿verdad?”
Daniel Sheehy es director y curador emérito de Smithsonian Folkways Recordings.