Me fui de Venezuela con mi familia hace ya tres años. No nos queríamos ir, pero las cosas se pusieron muy difíciles. Acababa de dar a luz a mi segundo hijo, quien pasaría diez días en una incubadora. Cada día, mi esposo y yo corríamos de una farmacia a otra en busca de las medicinas básicas que necesitaba nuestro recién nacido y que eran casi imposible de conseguir. Fue una de las experiencias mas aterradoras de nuestras vida. Nos fuimos a Europa.
Hoy, todavía buscando mi espacio en el viejo continente, pienso en mi país y su gente con tristeza y añoranza. Si, la Venezuela de hoy es un lugar de caos político y aguda pobreza pero también es un lugar de tradiciones extraordinarias y gran riqueza musical.
En el 2008, tuve la inmensa fortuna de liderar a un equipo del sello Smithsonian Folkways Recordings a mi país. En aquel momento, su colección no incluía grabaciones recientes de música venezolana, y esto era algo que yo deseaba cambiar. Entendí que el sello, dirigido por Daniel Sheehy entonces, estaba en la búsqueda constante de proyectos de calidad, auténticos a sus raíces tradicionales. A medida que recorríamos el paisaje musical venezolano, compuesto por sonidos de mi infancia en muchos casos, podía observar cómo iba creciendo el entusiasmo y la curiosidad del equipo.
La mayoría de los venezolanos sienten un profundo aprecio por la música. Pienso que esto se debe a que estamos expuestos al baile y a la música desde pequeños, y tal vez porque que bailamos a un ritmo diferente. Una de las primeras canciones que muchos aprendemos de niños es un merengue que se llama “Compadre Pancho”. La mayoría de la música tradicional occidental esta compuesta en la métrica de cuatro tiempos por compás–es el ritmo al que caminamos, el ritmo al que late nuestro corazón–pero los tradicionales merengues venezolanos son compuestos mayormente en cinco.
La métrica de 5/8 le da un sentido emocionante y diferente a nuestros merengues, que pueden ser difíciles de tocar hasta para los más consumados músicos. En Venezuela, hasta niños pequeñitos cantan, bailan y a veces tocan en esta métrica tan inusual. Es la leche materna que alimenta los oídos venezolanos. Yo lo aprendí en el cuatro cuando tenia siete años, con un profesor a quien llamábamos “Tomate” por lo rojo que se ponía cuando cantaba.
Antonio García de León, investigador y musicólogo mexicano describe poéticamente la transformación del fandango barroco español en géneros locales del nuevo mundo como el viaje de un barco que se hundió en el Caribe y cuyos restos salieron a flote en las formas del son jarocho en México, el punto cubano en Cuba, el galerón oriental en Venezuela y muchos otros. El sello Smithsonian Folkways es hogar de todas estas músicas tradicionales campesinas, y yo estaba muy feliz de presentarle al equipo de Folkways los tres joropos principales de Venezuela – llanero, central y oriental, al igual que otros géneros.
En los próximos cinco años, Daniel Sheehy y yo, acompañados por un videógrafo y un ingeniero de sonido, recorrimos inolvidables caminos musicales. Atravesamos el corazón de bosques tropicales color esmeralda e inmensas llanuras punteadas por rosados flamencos casi fosforescentes. De oriente a occidente, escuchamos una cantidad increíble de diferentes tambores afro-venezolanos, la maraca de raíces indígenas y los instrumentos de herencia árabe-sefardí llegados al nuevo continente con los españoles. Fue un viaje que hoy en día sería imposible, considerando que el país ahora pasa días sin luz. Fue un viaje lleno de encuentros interculturales y música maravillosa. Nuestro trabajo resultó en tres grabaciones y muchos conciertos en Estados Unidos por músicos que en muchos casos, nunca habían salido del país. Fue una gran experiencia, donde logramos genuinas interacciones humanas.
Nuestro primer viaje, organizado por el Centro de la Diversidad Cultural comenzó en Caracas, la capital. Venezuela esta dividida en 9 regiones geo-culturales, y cuenta con unos treinta y cuatro etnias indígenas. El Centro se dedica a la promoción y preservación de estas diversas identidades y sus tradiciones culturales, haciéndolo así el anfitrión perfecto para el grupo de Folkways.
Escuchamos música de todo el país, incluyendo a un gran ensamble de voces que cantan parrandas y aguinaldos, canciones de raíces españolas, acompañadas de maracas y tambores afro-venezolanos–posiblemente la instrumentación a través de la cual me enamoré de nuestra música cuando de pequeña formaba parte del coro del colegio. Escuchamos a melancólicos violines de la tranquila región de los Andes y a las estruendosas voces de los cantantes de joropo llanero.
De esta parada en Caracas surgieron dos de los tres discos que luego produciría Folkways: el del festivo y caribeño grupo La Sardina de Naiguatá en la costa central y el de Serenata Guayanesa, el cuarteto vocal con cuya música crecimos todos los niños venezolanos en los últimos cuarenta años. Pueden escuchar uno de mis merengues favoritos, “El Norte es una Quimera”, una elegante danza de ciudad, en el álbum Canta con Venezuela. En esta canción el compositor cuenta que “El Norte” (Nueva York) es una ilusión porque al viajar ahí, descubrió que “no hay vino, no hay berro y no hay amor”, una simpática alusión a las leyes de prohibición de alcohol de la época en Estados Unidos.
Una nota importante: el merengue venezolano no tiene nada que ver con su mejor conocido tocayo dominicano, excepto que ambos son bailes de pareja. Nacido a mediados del siglo diez y nueve y alcanzando su auge en los años veinte, el merengue venezolano o merengue rucaneao, es originario de la ciudad de Caracas.
De Caracas, viajamos a Oriente, la región de la costa Este donde escuchamos a los sublimes instrumentos de cuerda tradicionales: el cuatro (similar a la guitarra pero con cuatro cuerdas), el bandolín (quince cuerdas) y la bandola oriental (ocho cuerdas). De este encuentro saldría la producción ¡Y Que Viva Venezuela! Maestros del Joropo Oriental. Mi padre era de oriente y yo crecí escuchando la manera de hablar de los orientales, vertiginosamente rápida y entreverada como un trabalenguas! La música en este disco verdaderamente refleja mucho de la vida ahí, la pintoresca y floreada manera de hablar y tocar, la sofisticada improvisación y los difíciles pero casi imperceptibles cambios de métrica.
Después viajamos a Ciudad Bolívar en el sur de país, entrando al suntuoso territorio amazónico y de ahí, finalmente al estado petrolero del Zulia en el Oeste. Tengo particular afecto por este estado. Su gente es bulliciosa, colorida y orgullosa de su cultura. Me recuerda un poco al estado de Texas en Estados Unidos, especialmente porque los zulianos son también intensamente independientes. En Maracaibo, escuchamos dos de sus más importantes formas musicales: la gaita y los chimbangles.
La gaita es la música que permea la cotidianidad de todos los venezolanos durante las navidades. La música es alegre pero las letras son inspiradas en eventos de actualidad, así que a veces pueden ser alegres, o políticas o hasta divertidas. El toque de los tambores chimbangles es una tradición que realmente plasma el sincretismo de la identidad afro-venezolana. En diciembre, los chimbangleros tocan el tambor, como una ofrenda al santo católico negro San Benito de Palermo. Miles de personas acompañan a los percusionistas bailando con fuerza con gritos y cantos eufóricos, yendo de casa en casa hasta llegar finalmente a la iglesia principal donde continúan tocando hasta la noche. La primera vez que vi esta forma de celebración religiosa fue cuando vi a los Diablos Danzantes de Yare, una tropa de hombres tocando maracas, vestidos de rojo con grandes máscaras de diablos de colores, celebrando el triunfo del bien sobre el mal en la fecha de Corpus Christi. Quedé fascinada por los colores, la música y la poderosa energía que repartían por todo el pueblo.
Los grupos musicales que fueron seleccionados por Folkways fueron de gira a Estados Unidos, presentándose en diferentes festivales y conociendo a su nuevo publico ahí. Ahora recuerdo esos días y pienso, con tristeza, en las calamidades por las que atraviesa mi país.
Las recientes sanciones impuestas al país tendrán un efecto directo y devastador en la población. Me preocupo por los que están allá, en especial mi amigos, pero no me preocupo por la cultura. En medio de toda la escasez y la inseguridad, la gente busca maneras de seguir adelante. Las familias continúan sembrando café y cacao como lo han venido haciendo en los últimos 200 años, con sus hijos correteando a su alrededor. Las fechas tradicionales se siguen celebrando: el “Entierro de la Sardina”en las costas centrales después del carnaval, las fiestas de San Juan en los pueblos afro-descendientes, San José en los Llanos, Semana Santa, Navidad y muchas otras. Nuestros músicos populares siguen tocando y preservando nuestras tradiciones, tal vez como una forma de resistencia a las fuerzas opresivas alrededor – y lo más importante, siguen enseñando.
Como dijo el guitarrista Aquiles Báez un día: “La música que tiene raíces, que tiene identidad, tiene una fuerza poderosa”, y así también la tienen los venezolanos.
Patricia Abdelnour ha trabajado como productora y traductora para Smithsonian Folkways Recordings. Es la Directora de Acción Social por la Música en Madrid., España y co-fundadora de la Asociación de Mujeres Productoras e Ingenieros de Sonido.
Este proyecto ha recibido apoyo federal del Fondo para Iniciativas Latinas, administrado por el Centro Latino del Smithsonian.
En 2019, celebramos el Año de la Música del Smithsonian, con 365 días de performances, exhibiciones y más programación relacionada con la música en toda la institución. Descubra más en music.si.edu.