Mucho antes de que montaran sus primeros telares, las tejedoras quechua Yessica Sallo Auccacusi y Rosa Pumayalli Quispe ya estaban familiarizadas con los ritmos tranquilos del urdimbre y la trama. Los sonidos las han seguido por toda su vida.
“Yo crecí en medio de los tejidos”, Yessica me explicó, hablando en español. Ella recordó sus primeros recuerdos de tejido: observando los rápidos movimientos de las manos de su madre mientras trabajaba figuras y diseños que cobraban vida bajo las yemas de sus dedos.
Yessica y Rosa se reunieron conmigo por Zoom vistiendo su traje tradicional de su comunidad de Chinchero, Perú, sus manos entrelazadas sobre la mesa frente de ellas. El tiempo de lluvias acababa de comenzar. Aun así, el cielo era lo suficientemente brillante para proyectar delicadas sombras en el patio donde estaban cuando me llamaron. El espacio alrededor de ellas era como un santuario de lana. Mantas con diseños elaborados y adornadas con guirnaldas delicadas de pompones y borlas cubren la pared detrás de ellas. La mesa ostentaba una variedad colorida de cestas de mimbre, herramientas de artesanía y madejas de lana.
Ellas acaban de terminar una tarde de ensayos para el taller virtual que dirigieron para el Festival de Folklife del Smithsonian el 5 de diciembre. En vivo desde los Andes, Yessica y Rosa ofrecieron un taller al público en línea en los Estados Unidos de cómo hacer pompones y borlas, un arte tradicional de las quechua que ha llegado a simbolizar el espíritu colectivo de las comunidades andinas de la región de Cusco en Perú.
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Términos como “tradición en vivo” y “arte en vivo” son comunes en las conversaciones sobre cultura y patrimonio, pero a veces no consideramos lo que significa que una tradición tenga una vida propia. La relación que existe entre los tejedores andinos y sus artes ancestrales es una de reciprocidad: tejedores respiran vida y sentimiento a su trabajo, y los textiles resultantes ofrecen vida a cambio, sirviendo como una poderosa fuente de identidad y pertenencia comunitaria además de los beneficios económicos que producen.
Para artesanas como Yessica y Rosa, los textiles son nada menos que la vitalidad de la comunidad y la cultura andina. El proceso de creación que me describen, y que presencié durante su ensayo para esta presentacion, es también de autoexpresión. Ya sean pompones, borlas o mantas, no hay diseños exactamente iguales, por lo que la producción creativa está profundamente relacionada con la energía y el espíritu del tejedor. Cada hilo entrelazado es un registro de movimiento, tensión y emoción en el cuerpo. Cada uno cuenta una historia.
“A veces si canto mientras trabajo, los diseños avancen más rápido”, Yessica dijo. “La parte que más me gusta es escojer la combinación de colores para los diseños. No quiero repetirlos ni hacerlos igual a los dede mis compañeros”.
Cada comunidad de tejedores tiene su propia voz. En Chinchero, los textiles a menudo tienen un borde cilíndrico llamado ñawi awapa, significando “borde de ojos” en quechua. El cordón está decorado con ojos tejidos (como sugiere su nombre) que se dice que vigilan el tejido protegiéndolo espiritualmente, así como del desgaste físico. Viendo mas de cerca los detalles geométricos de una manta podría revelar cualquier número de símbolos de la vida andina cotidiana: las líneas sinuosas imitan los zurcos serpenteantes de las terrazas agrícolas y los ríos, mientras los motivos radiantes representan estrellas, o el reflejo del sol en el agua. Representaciones estilizadas de la flora y fauna local—como de rosas (rosas tika), colibríes (q’enti), y garras de puma (pumac maqui)—plasman los diseños de cada comunidad con un sentido distintivo de lugar. Todavía hoy en día, esta noción de individualidad es importante cuando se trata de apreciar la artesanía.
“Si, es único, es mas fino”. Rosa explicó. “Cuando hago un diseño quiero que sea único, no una copia”.
“Yo aprendí a tejer desde muy pequeña, a los siete años, gracias a la enseñanza de mi abuelita,” ella continuó. “Recuerdo que cuando yo aprendí a tejer de tres colores, me dificultaba un poco, pero mi abuelita me decía que tenía que seguir si quería aprender. Cuando yo empecé a tejer, tenías que hilar tu hilo, tenías que hacer tu propia lana. Ahora hay máquinas que pueden hilar, pero no es igual. Si yo misma voy a hilar, voy a teñir, va a tener más valor impar”.
Las fibras nativas (lana de alpaca, llama y vicuña) han sido elementos básicos en la producción textil andina desde la época preincaica. Tradicionalmente, estas fibras se hilan a mano con una pushka o huso y se tiñen con una amplia variedad de pigmentos naturales, incluyendo el índigo, el liquen y la cochinilla. En las últimas décadas, las fibras sintéticas teñidas comercialmente se han vuelto populares como una alternativa que consume menos tiempo. Para algunos jóvenes de esta generación, estos nuevos tejidos son vistos como indicadores deseables, representando modernidad y estatus. Aún así, la fibra natural ha mantenido mucho valor social y económico, y muchas comunidades andinas dependen del cultivo de lana para su sustento. Algunos tejedores están optando volver completamente a los métodos tradicionales de hilado a mano y teñido natural.
“Con los textiles más nuevos hechos a máquina, no tienes la misma variación”, dijo Rosa. “Puede costar menos, pero no tiene el mismo valor”.
Muchos conceptos de diseño son difíciles de transmitir a través del lenguaje. Las ideas simbolizadas en patrón y color son a veces intangibles y ambiguas, nacidas de la imaginación individual. También es un desafío articular la conexión entre un tejedor y su trabajo.
“No hay forma de expresar lo que significa para mí”, dijo Yessica. “El tejido es quien soy; es la vida”.
“Para mi es un orgullo”, repitió Rosa. “Tengo una pasión, como la de mis antepasados. No tengo palabras para explicar que es lo que siento, pero estoy muy feliz saber tejer y seguir tejiendo”.
Por siglos, al parecer, estas tradiciones textiles han ocupado un espacio de expresión creativa que ni siquiera el lenguaje logra alcanzar. Son el hilo conductor que une al individuo y a la comunidad, el pasado y el futuro.
“Es una identidad cultural para nosotros que somos chicheriños de seguir manteniendo estas tradiciones”, afirmó Rosa. “Es gracias a nuestro tejido que seguimos adelante. Ha sido una manera de solventarnos económicamente, de crecer en mi caso”. Tejer, dice, la ayudó a comprar materiales escolares y continuar su propia educación. “Tengo seis hermanos. Mi madre no podía sustentar a todos, pero a través de mi trabajo me ayudaba a mí misma y a mi familia”.
Mientras hablaba, me acordaba de su versión de joven que me había descrito anteriormente. Enfrentando los desafíos de la actualidad, muestra la misma paciencia y determinación que debe haber desarrollado mientras aprendía de su abuela hace muchos años.
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Las tradiciones textiles continúan ocupando un espacio central en la cultura andina, siempre cambiando y adaptándose según los patrones que llevan. Los niños todavía se visten con ropa tradicional, adornada con pompones y borlas de colores brillantes, para participar en los rituales y celebraciones del Carnaval en febrero, justo antes de la Cuaresma. Yessica describió cómo su hijo de cinco años se sienta con ella y la mira con los ojos muy abiertos mientras teje, de la misma manera que ella antes miraba a su madre.
Cuando pregunté sobre el futuro de estas tradiciones, Yessica y Rosa se pusieron serias.
“Para mi, el futuro es incierto”, respondió Rosa. “Todos en mi familia son tejedores, y me gustaría que esas tradiciones continuarán, pero en realidad, no sabemos”.
Las tradiciones ancestrales de tejido del Perú han experimentado un renacimiento en los últimos años, en gran parte gracias al enorme apoyo del Centro de Textiles Tradicionales de Cusco, un centro de investigación y museo dirigido por la líder de la comunidad quechua y reconocida experta en textiles Nilda Callañaupa Alvarez. Aun así, su lugar en un mundo cada vez más globalizado es incierto.
“En años anteriores, nosotros como comunidad nos dedicábamos a la artesanía”, dijo Yessica. “Estábamos todos incluidos: hombres, mujeres, niños, ancianos. Todos estabamos involucrados en el proceso del tejido de alguna manera. Vivíamos tranquilos, felices con nuestras costumbres, sin influencias externas, sin ruido ajeno”. Frunció su ceño cuando mencionó la construcción de un nuevo aeropuerto internacional en Chinchero que se predijo aumentaría drásticamente el turismo. “Ahora la vida está cambiando, y es demasiado. Han llegado personas extrañas, hay mucho ruido. Es difícil decir si, con el tiempo, nuestras costumbres y tradiciones se perderán.”
Hizo una pausa por un momento, perdida en sus pensamientos. “¿Pero qué bonito sería seguir manteniéndolos”?
Los turistas son, sin duda, los mayores agentes de cambio para las comunidades andinas, trayendo tanto riesgos como oportunidades: el mercado textil de Perú depende en gran medida de los visitantes extranjeros, y sin una comprensión de lo que están comprando, es más probable que los consumidores llenen sus maletas con productos hechos a máquina más baratos que los textiles artesanales de mayor precio. Por otro lado, si los turistas están bien informados, pueden aprender a apoyar las economías artesanales locales, permitiendo que los textiles andinos continúen en toda su diversidad.
Ahí es donde entran talleres como el de Yessica y Rosa.
“Quiero compartir mis conocimientos con otros, en Perú o en otros lugares”, me dijo Yessica. “Lo poco que sé, quiero compartirlo con todos ellos. Y espero que lo disfruten”.
Los asistentes del taller no solo aprendieron cómo crear pompones y borlas desde la comodidad de sus propios hogares, sino que pudieron escuchar a Yessica y a Rosa hablar sobre los procesos y significados culturales que impulsan la producción textil en la región de Cusco, y la historia detrás del Centro de Textiles Tradicionales del Cusco.
En sus ojos, si estas tradiciones y técnicas se transmiten con respeto, seguirán vivas. “Yo personalmente me voy a sentir feliz cuando vaya a un lugar y alguien me diga: ‘¡Mira, yo sé hacer borlas!’ Tal vez ellos han aprendido de mi”, dijo Rosa entre risas. “Transmitir cultura es importante, y espero que en el futuro haya más cursos como este, para que más personas puedan aprender. No necesitan ir al Cusco”.
Durante más de dos mil años, estas vibrantes tradiciones de textil han actuado como un depósito de conocimiento, cosmología y dirección ancestral, un mapa en constante evolución que se transmite de generación en generación. Ahora, para artesanos como Rosa y Yessica, cumplen un propósito similar, ayudándolos a navegar los desafíos contemporáneos.
Gracias a los extensos esfuerzos del Centro de Textiles Tradicionales de Cusco, artesanos como Yessica y Rosa tienen el futuro firmemente en sus propias manos. Y con el apoyo adicional de talleres educativos como estos, ese futuro se siente un poco más brillante.
“Cuando empezamos a hacer estos talleres, era algo nuevo. Al principio tuve un poco de miedo”, confesó Rosa con una sonrisa pequeña. “Pero ahora, ya no tengo miedo”.
Productos textiles del Centro de Textiles Tradicionales del Cusco están a la venta en el Folklife Festival Marketplace.
Tia Merotto es pasante en el Centro de Tradición Popular y Patrimonio Cultural. Se graduó en la Universidad de St. Andrews con una licenciatura en historia del arte y inglés y está particularmente interesada en el estudio de la cultura material.